La Viña, el epicentro del Carnaval
Se dice que para entender a una ciudad, hay que entender a sus habitantes, a su gente, bucear por los barrios y ver su día a día para comprender sus inquietudes y sus actitudes.
Pero en Cádiz, donde el mar se para certero sobre las orillas de la playa de La Caleta existe un reducto, que como si de la vieja Galia de los cuentos de Astérix y Obélix se tratase guarda su propia forma de vida.
Conocer el barrio de La Viña, en Cádiz, es conocer una pequeña ciudad dentro de otra. Los viñeros, aprendieron a sobrevivir (que no a vivir) mirando al horizonte, mirando el horario de mareas. Aquel sería su oráculo, el que cada día les iría diciendo si la faena en el mar sería aparentemente satisfactoria o no, día a día, sin mirar más allá.
Y ante esa filosofía, el gaditano, el viñero aprendió a convivir con la lacra de ser una de las ciudades y barrios con más paro de Europa, aprendió que la vida, como aquel horario de mareas dependía del momento, unos llegaban más felices y otros más turbulentos.
Pero para aquellos días, había una cura, tatarear una canción de Paco Alba mientras se baja por las escaleras, mientras se pasea por su orilla caletera, mientras llega el temporal a sus vidas. Y así, el barrio de La Viña se convirtió en el epicentro del Carnaval de Cádiz, un pequeño trozo de tierra bordeada por el mar, donde su gente cantaba por no llorar, donde rompía su garganta a modo de llanto, de risa, de repulsa, de crítica, de ironía...
Cádiz empezó a aglutinar un interminable número de talento por adoquín de una manera tremenda. La Caleta sirvió de faro e inspiración para el resto de poetas 'foráneos' que venían a embelesarse buscando la melodía o la letra adecuada, mientras que La Cruz Verde, Nuestra Andalucía, El Gavilán, Pasquín, Lubet o La Palma se convertían en los hervideros perfectos, donde cada noche de invierno, en aquellos lavaeros de las azoteas los nuevos repertorios llegaban como la caballa en verano para el viñero.
Ahora, un paseo por la Viña se torna un poco más agridulce que antaño, el Cascana continúa con sus aventuras, la Petróleo y sus números clandestinos, pero la alegría parece haberse tornado un poco más grisácea. Ya no se escucha el traqueteo de la Uchi en su bicicleta tirándole piropos a los policías locales, los paseos maratonianos de Manolo Santander, el semblante imponente de Manolo Torres, ni aquellos lavaeros rebosan coplas en los inviernos.
Pero La Viña sigue siendo la La Viña, con su colegio de La Salle donde se imparte el tango señero, de gente que se siente orgullosa del barrio aunque ya no viva en él. Aquí se sigue guardando la receta secreta de aquellas músicas de pellizco, de un compás que no se enseña en los colegios, de un 3x4 que avanza que algo sublime está a punto de ocurrir.
Porque el barrio de La Viña fue, es y será el epicentro del Carnaval de Cádiz. El lugar donde todo nace y todo fluye. El lugar donde todo desemboca...en la orillita de La Caleta.
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Eso, el colegio La Salle, de donde salía la Marcha Carnavalesca del Barrio de la Viña, con los mejores disfraces y con un recorrido tan cercano entre participantes y el público que los veía pasar... ¿Vuelve este año? La Marcha Carnavalesca, me refiero...