Como si la vida fuera Carnaval

Como señala Juan Carlos Aragón uno de los principales problemas del Carnaval es su falta de definición. En esta serie de artículos trataremos de definir al Carnaval como una forma de arte mayor.

Cuando hablamos del Carnaval de Cádiz nos estamos refiriendo a una fiesta popular que abarca cientos de años. Por ello, no podemos limitarlo a un género musical o una carroza de disfraces, sino que hablamos del modo de ser o estar de un pueblo que conecta su pasado, presente y futuro.

La alegría, la sorna, la sátira y la ironía atraviesan al carnaval gaditano, cristalizándose cada febrero en sus tablas del Falla y sus escenarios callejeros.

En este sentido, la fiesta es definida por el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer como la comunión de un pueblo. Constituye una congregación que elimina la individualidad uniendo a todas sus generaciones en una significación común.

Profundizando en lo anterior, Heidegger definió este modo de ser en el mundo al que nos hemos referido con el término “habitabilidad”. Este concepto no remite a la risa que pueda arrancar un cuplé, sino al estado de ánimo que lo engloba y que permite que el mundo se desvele de un modo determinado, en el caso del Carnaval, el de la alegre ironía.

Este concepto que estamos tratando, la habitabilidad, exige que distingamos entre hecho y acontecimiento. Un hecho es aquello que podemos comprobar en la experiencia, mientras que el acontecimiento remite al modo de darse el mismo, a su sentido.

La experiencia de este último, sostiene Heidegger, nos abre un mundo nuevo que antes nos era desconocido. Por ello, el sentido es lo inefable, no está-ahí para verlo o tocarlo, sino que debemos abrirnos a él.

De lo anterior se sigue que el Carnaval constituye un acontecimiento en sí mismo, una forma de arte mayor y no un hecho.

El hecho básico del Carnaval puede consistir en la presencia de doce componentes, con sus respectivas dos guitarras, su bombo y su caja, que cantan un repertorio musical.

Allá donde vayas a escuchar carnaval encontrarás este hecho. Sin embargo, tú que estás leyendo esto, creerás con razón que tu Carnaval no puede ser reducido a esto sino que implica “un algo más”, “un no sé qué que te envenena”.

Así, cuando notas que la playa dorada te despierta el olor a sal, que los yesterday mantienen viva tu esperanza de que otro mundo es posible, que las primeras notas de la melodía de Los ángeles caídos hacen volar tu imaginación y, que los Tintos avivan esa rebeldía que destila la juventud, ahí, lector, el Carnaval acontece y por más que sepas el camino, entra en tu vida pero no sale.

Así, este acontecimiento que es el Carnaval surge como la representación de una manera de entender y situarse en la existencia.

Desde la datación que del mismo hacía Agustín de Orozco a finales del siglo XVI, el Carnaval aparece ligado a la jovialidad y lo canalla, ya sean las gaditanas tirándose flores, el lanzamiento de serpentinas, o las primeras letras que en el siglo XIX esquivaban la censura para reírse del gobernador.

Estos hechos expuestos han de hacernos conscientes de que ya a lo largo del citado siglo, donde se encuentran registros detallados de su evolución y formas que veremos detalladamente en otros artículos, el Carnaval se impone como una transfiguración de los valores sociales.

Aquellos gaditanos, poseedores de la más alta nobleza de espíritu, se opusieron a la pena con la broma, la pobreza con la ironía y a las situaciones adversas de miseria con esa única actitud capaz de convertir en fiesta el dolor.

Cádiz sabe bien que, como afirmara Nietzsche, en la más alta alegría resuena el grito del espanto.

Por lo tanto, nuestra festividad no sólo ese mes que rebosa nuestras calles de alegría sino que se erige como una actitud vital, constituye un modo de entender el mundo que nos permite vivir la vida como si fuera Carnaval.

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