Paloma, el alma del Pay-Pay

Falta una hora y media para el comienzo del espectáculo, cuando un crujir de maderas se hace eco en el vetusto barrio del Pópulo. A esa hora, el sol aún danza juguetón mientras que apura sus últimas horas antes de desparramar su luz sobre el horizonte. Un juego de luces infinito con Cádiz como la gran protagonista.

Y al abrigo y espalda de un Teatro Romano se encuentra otro, más pequeño en dimensiones pero que es capaz de hacer palpitar los corazones como si de la misma arena de gladiadores se tratase. En el Pay-Pay pasan cosas, es como una mágica chistera donde cuando las estrellas parecen alinearse no hay quien consiga olvidar esa noche, por mucho que un tal Código Carnaval te lo cuente mañana en YouTube.

El rojo pasión de sus columnas o de su barra parece atraparte, un limbo hipnótico que nos hablan de una antigua sala de fiestas, donde se cantaba, se escenificaba y se decía lo que muchos callaban por la calle. Nos hablan del último turno de los grises, de faldas cortas de cabareteras, espectáculos de travestis burlando la censura y de un Cádiz valiente, otro Cádiz que como siempre y de manera muy franca, supo hacerse los tirabuzones ante el embiste de cualquier fanfarrón.

Hoy, el Pay-Pay se ha convertido en uno de los centros culturales más importantes de Cádiz gracias a Paloma García, su gerente, que en una arriesgada apuesta allá por inicios de siglo decidió crear un espacio de comunicación donde la representación de las inquietudes fuese el foco principal.

Jamás imaginaría (o sí), que aquello se convertiría en la tormenta cultural perfecta para llevar el talento musical emergente, el humor, la historia, el carnaval y tantísimas ramas que fueron creando un árbol mágico, dándole todo el sentido del mundo a lo que hoy se considera el auténtico templo del arte.

El alma del Pay-Pay

El rojo pasión comienza a brillar y a iluminar la calle Silencio. En su pequeño taburete, Paloma es el primer filtro a aquel lugar al que es muy sencillo sentir como hogar desde las primeras visitas. Arropada por un tremendo equipo humano, sonríe, recoge y anota mientras el público ocupa sus asientos.

Mientras, su cabeza de mil revoluciones está puesta en cuatro cosas mientras continúa cobrando las entradas de la puerta. Nada puede salir mal esta noche.

Y cuando las luces se apagan, el escenario es el verdadero protagonista. Y aunque esos focos que iluminan al artista sean gran parte del alma de Paloma que se refleja en el escenario, ella pasa a un segundo plano, casi inexistente, como aquellos ‘duendecillos coloraos’ del Falla está atenta a todos sitios sin estar en ninguno: El micrófono, el agua, las luces, el patoso de turno que no se calla…

Paloma es luz, la luz del Cádiz más puro. Es una de esas personas que sin quererlo ni buscarlo han ido cimentando el verdadero espíritu libre del gaditanismo, construyendo noche tras noche con su trabajo un rincón donde Cádiz se encuentra consigo misma al 100%, sin callarse nada, libertaria, valiente, rebelde…

Otra maravillosa función acaba, pero no saben que mi momento favorito es quedarme hasta el final, cuando hasta los propios intérpretes se han marchado y conversar del carnaval y de la vida junto a ella. Porque en este formato de Cádiz que parece escapársenos como arena entre los dedos, Paloma sigue siendo una inmensa playa.

Y es que por más lejos que me lleven mis pasos, siempre entenderé la definición de Cádiz por personas que tienen un brillo en el alma como Paloma, el alma del Pay-Pay.

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