Las peñas, aquel hervidero de coplas

Son las 12 de la mañana de un sábado y por Los Callejones, un cierto aroma a nostalgia impregna la esquina que da a la calle Sagasta.

Una luz, ya casi tenue alumbra la figura de un hombre que recientemente ha cumplido sus 80 primaveras. Es Pepe Silva, célebre componente de agrupaciones que bañaron en oro la historia del Carnaval de Cádiz como ‘Capricho Andaluz‘, ‘Los Tribunos‘, ‘Pregones‘ o ‘Requiebros‘ entre otras.

Estamos en la peña ‘Nuestra Andalucía‘, uno de los últimos reductos de aquel carnaval que se hacía en las peñas. El carnaval de siempre, donde el legado (y el veneno) se pasaba de padres a hijos, donde la cantera tenía una importancia capital para mantener viva esa llama de los Martín, Romero, Aurelio, Caramé y todos aquellos que escribieron la gloria sobre estas paredes.

Y es que las peñas en Cádiz, tuvieron una importancia capital en el desarrollo de la fiesta. Eran ese hervidero de coplas, donde las porfías más intensas se debatían en la barra del bar, donde las mujeres cosían los disfraces, se ensayaban las coplas que se estrenarían el concurso siguiente, donde los niños correteaban entre serpentinas rumiando estribillos y los mitos de aquel olimpo gaditano se conjuraban antes de hacer historia sobre las tablas del Gran Teatro Falla.

La mejor escuela de carnaval estaba ahí, entre esas cuatro paredes repletas de cuadros y mesas desgastadas. De letras y secretos inconfesables, del florecer de la primera copla, del olor a puchero en los domingos de carnaval, de padres carnavaleros que llevaban a sus hijos y entre los hijos de los hijos formaban su primera infantil. La esencia de Cádiz se podía cortar a cuchillo en el ambiente de aquellos lares.

Entre cervezas matinales y vino de Arroyuelo, Pepe me cuenta que seguramente la peña no continuará mucho más de cuando él de el paso al costado. De golpe, todo me pareció más gris. Aquel lugar emblemático pareció derrumbarse en mi cabeza a un ritmo lento pero constante… seguramente sea la nostalgia apoderándose de mi. Pero me hizo recordar, que más allá de aquello, pocos lugares iguales quedarían.

Solemos decir a menudo (y con toda la razón del mundo) que Cádiz es menos Cádiz cada día que pasa. Que el tiempo, la gentrificación, la turistificación, la falta de oportunidades…han ido lastrando a nuestra tierra desde tiempos inmemorables. Pero con las peñas del Carnaval de Cádiz, hay una auténtica sangría.

Aquellos hervideros se han perdido, tantísimos que hablar de ellos es dejarse seguramente en el tintero a otros muchos. Las coplas antiguas cada vez se cantiñean menos en aquellas gargantas que se apagan más y más rápido. Una esencia que nos deja más huérfanos de lugares y personas que hicieron que nuestra fiesta sea lo que sea gracias a sus raíces.

Ya es mediodía y Pepe cierra un sábado más las puertas de su peña. Los recuerdos y la nostalgia han llenado nuevamente todos y cada uno de los rincones de ese lugar icónico. Las risas y los canturreos de los que quedan parecen hacerse cada vez más pequeños, como aquel que apaga el volumen de la radio lentamente. Así es esta alegre nostalgia, la que me hace disfrutar el momento, mientras temo el día que esas puertas al otro Cádiz no vuelvan a abrirse.

El Cádiz donde fuimos eternamente felices.

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